Foto de El Nuevo Diario
Exactamente hace un año, en éste mes de Febrero, tuve la osadía de viajar a Ometepe, aventura que para mi no es novedad por ser descendiente de las tierras del Concepción. Recuerdo que ese día las condiciones climatológicas eran similares a las del incidente de la foto: un sol radiante, fuertes vientos y un oleaje feroz. ¡Así es febrero! Malcriado y pendenciero. Los que conocemos ese lago, el lago de Nicaragua o Cocibolca, sabemos que este mes no es para dárselas de marinero. Sin embargo, siguiendo un arrebato de valentía, ignoré los fuertes vientos que insolentaban las aguas y me embarqué rumbo a Moyogalpa. En éste viaje me acompañaban una prima y un huésped gringo quien visitaba Ometepe por primera vez. Le habíamos advertido al gringo que nosotras siempre viajamos en la cubierta del ferry, pues esa travesía no la hacemos ni a garrotazos dentro de una cabina repleta de gente. ¿Se imaginan la claustrofobia de ir encerradas por una hora en ese vaivén con los tufos a sudor, a mal aliento, a pezuña y a sobaco?
Como nunca falta un desobediente en el grupo, el gringo al pasar por la cabina y sentir las ráfagas de aire acondicionado, decidió ignorar nuestro consejo y apoderarse de un asiento. Sin titubeos dejamos al *chele sentado en “primera clase,” y apresuramos el paso hacia las escaleras que nos llevarían a cubierta. Un grupo de turistas Holandeses venían a toda carrera detrás de nosotras con la misma intención de tomar posesión de un asiento “en plein air.” Cuando subimos a cubierta encontramos a una pareja de jóvenes que estaban todos acarameladitos devorándose una bolsa de *rosquillas. Se notaba a kilómeetros que el par de gorrioncitos eran turistas nacionales ¡inexpertos excursionistas! que por estar en el idilio ni se percataban del violento vaivén de las olas. ¡Ay Diosito! – exclamé en silencio - ¡Que éstos dos tengan estómago fuertesito! Sin mas que pensar, tomé asiento, me persigné y fijé la mirada en el imponente Concepción: “Ometepe here we come!” – exclamé en tono guasón.
Sin la menor delicadeza el oleaje zarandeo al ferry como si fuera un toro bravo. Miré rápidamente a mi prima y pude notar el color verdoso y la expresión demacrada en su cara. Era obvio que estaba mareada y batallaba con la nausea mientras buscaba con mirada lánguida el sitio ideal para vomitar. Pasaron unos escasos diez minutos, cuando de repente, mi prima pegó carrera hacia un basurero que iba amarrado a la baranda, se abrazó sin aprensión al asqueroso tarantín plástico y desembuchó todo lo que traía en su estómago. Cuando vi que la pobre se desvanecía colgada del pestilente tarro, no tuve mas remedio que auxiliarla. Me levanté y a como pude la sostuve de la parte trasera de la blusa temiendo que de un jamaqueo se fuera al agua con todo y basurero.
Me balanceaba en posición hombre-araña buscando en mi mochila alguna servilleta de papel para ofrecérsela a la desplomada primita, cuando a la romántica gorrioncita come-rosquillas se le dejó venir una caliente bocanada de vómito. El novio, en un acto de impulso, intentó atrapar con una bolsa plástica la violenta expulsión, mas el inocente pichón no intuyó lo obvio: que el viento, no solo volaría la bolsa plàstica, sino que el vómito también. Dejé ir un grito de alerta, pero para entonces ya era demasiado tarde. ¡Al gorrión de mi historia lo habían vomitado de pies a cabeza! ¡La escena no podía ser mas grotesca! Esas que habían sido crujientes rosquillas, se habían convertido en una consistencia pastosa de tono amarillento que nadaban en un caldo agrio y ahora resbalaban lentamente por toda la camisa blanca que vestía el guapetón dulcineo. Por un segundo el tufo a rancio me ahiló y creí ser la próxima a debutar. Logré controlar los brincos del estómago y continué mi función de enfermera naval buscando como minimizar el momento fatal. Los brazos holandeses se extendían con cuanta toalla de papel y “kleenex” aparecía en sus *zalbeques tratando bondadosamente de cooperar con la emergencia. De buena samaritana me incliné hacia el gorrión para ofrecerle que se enjuagara con un poco de agua babeada que quedaba en una botella, y al acercarme a él me di cuenta que tenía manchas color café en medio de la pasta amarillenta. Muy seria, pero, con tono burlesco le digo al muchacho: “¡Zas! ¡Si también comió *viejitas!
A todo esto, la suerte del pasajero de “primera clase,” alias el gringo, me era totalmente desconocida. Cuando finalmente arribamos al puerto de Moyogalpa, y ya navegando en aguas calmas, bajé apresuradamente a buscarlo y lo encontré lívido y demacrado. Dicen que el mareo fue colectivo dentro de la cabina y que las correntadas de vómito se pasearon por todo el piso al ritmo grosero del vaivén. Y aunque el gringo no tomó parte en el vómito colectivo, le quedó como escarmiento que un bamboleo en el Cocibolca no respeta ni aire acondicionados mucho menos pasajeros de primera clase.
*rosquillas=crujientes roscas de maíz y queso
*viejitas=primas de las rosquillas pero horneadas con azúcar morena por encima.
*zalbeque=mochila en nicaragüense
*chele=persona blanca o de pelo rubio
Como nunca falta un desobediente en el grupo, el gringo al pasar por la cabina y sentir las ráfagas de aire acondicionado, decidió ignorar nuestro consejo y apoderarse de un asiento. Sin titubeos dejamos al *chele sentado en “primera clase,” y apresuramos el paso hacia las escaleras que nos llevarían a cubierta. Un grupo de turistas Holandeses venían a toda carrera detrás de nosotras con la misma intención de tomar posesión de un asiento “en plein air.” Cuando subimos a cubierta encontramos a una pareja de jóvenes que estaban todos acarameladitos devorándose una bolsa de *rosquillas. Se notaba a kilómeetros que el par de gorrioncitos eran turistas nacionales ¡inexpertos excursionistas! que por estar en el idilio ni se percataban del violento vaivén de las olas. ¡Ay Diosito! – exclamé en silencio - ¡Que éstos dos tengan estómago fuertesito! Sin mas que pensar, tomé asiento, me persigné y fijé la mirada en el imponente Concepción: “Ometepe here we come!” – exclamé en tono guasón.
Sin la menor delicadeza el oleaje zarandeo al ferry como si fuera un toro bravo. Miré rápidamente a mi prima y pude notar el color verdoso y la expresión demacrada en su cara. Era obvio que estaba mareada y batallaba con la nausea mientras buscaba con mirada lánguida el sitio ideal para vomitar. Pasaron unos escasos diez minutos, cuando de repente, mi prima pegó carrera hacia un basurero que iba amarrado a la baranda, se abrazó sin aprensión al asqueroso tarantín plástico y desembuchó todo lo que traía en su estómago. Cuando vi que la pobre se desvanecía colgada del pestilente tarro, no tuve mas remedio que auxiliarla. Me levanté y a como pude la sostuve de la parte trasera de la blusa temiendo que de un jamaqueo se fuera al agua con todo y basurero.
Me balanceaba en posición hombre-araña buscando en mi mochila alguna servilleta de papel para ofrecérsela a la desplomada primita, cuando a la romántica gorrioncita come-rosquillas se le dejó venir una caliente bocanada de vómito. El novio, en un acto de impulso, intentó atrapar con una bolsa plástica la violenta expulsión, mas el inocente pichón no intuyó lo obvio: que el viento, no solo volaría la bolsa plàstica, sino que el vómito también. Dejé ir un grito de alerta, pero para entonces ya era demasiado tarde. ¡Al gorrión de mi historia lo habían vomitado de pies a cabeza! ¡La escena no podía ser mas grotesca! Esas que habían sido crujientes rosquillas, se habían convertido en una consistencia pastosa de tono amarillento que nadaban en un caldo agrio y ahora resbalaban lentamente por toda la camisa blanca que vestía el guapetón dulcineo. Por un segundo el tufo a rancio me ahiló y creí ser la próxima a debutar. Logré controlar los brincos del estómago y continué mi función de enfermera naval buscando como minimizar el momento fatal. Los brazos holandeses se extendían con cuanta toalla de papel y “kleenex” aparecía en sus *zalbeques tratando bondadosamente de cooperar con la emergencia. De buena samaritana me incliné hacia el gorrión para ofrecerle que se enjuagara con un poco de agua babeada que quedaba en una botella, y al acercarme a él me di cuenta que tenía manchas color café en medio de la pasta amarillenta. Muy seria, pero, con tono burlesco le digo al muchacho: “¡Zas! ¡Si también comió *viejitas!
A todo esto, la suerte del pasajero de “primera clase,” alias el gringo, me era totalmente desconocida. Cuando finalmente arribamos al puerto de Moyogalpa, y ya navegando en aguas calmas, bajé apresuradamente a buscarlo y lo encontré lívido y demacrado. Dicen que el mareo fue colectivo dentro de la cabina y que las correntadas de vómito se pasearon por todo el piso al ritmo grosero del vaivén. Y aunque el gringo no tomó parte en el vómito colectivo, le quedó como escarmiento que un bamboleo en el Cocibolca no respeta ni aire acondicionados mucho menos pasajeros de primera clase.
*rosquillas=crujientes roscas de maíz y queso
*viejitas=primas de las rosquillas pero horneadas con azúcar morena por encima.
*zalbeque=mochila en nicaragüense
*chele=persona blanca o de pelo rubio
3 comments:
Mmmmm...me suena conocido ese pasaje!
Excelente relato Stressnica. Yo nací en Rivas y he cruzado ese lago en días en que está bravo y sé que es cosa seria.
Lo que decís "el mareo fue colectivo dentro de la cabina... las correntadas de vómito se pasearon por todo el piso al ritmo grosero del vaivén" me recuerda una escena similar en una semana santa que fui a Corn Island por barco desde Bluefields y decenas de inocentes e inexpertos Managuas que habían tenido un suculento desayuno antes de embarcarse o una opípara cena la noche anterior, sufrieron una experiencia que posiblemente no olvidaron nunca.
Saludos amiga y seguí escribiendo para el deleite de tus lectores.
Pio
He llorado de la risa con tu relato. Ya veia los rios de vomito dentro de la barcaza! Aunque tambien era una aventura volar con el 'viejo'.
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